top of page

La pintura de Felipe Bunster nos impacta como la sección de percusión en un concierto de rock. El ritmo es vigoroso y se palpa, golpeando nuestros órganos vitales así como fijando el ojo. Sus imágenes son agresivas y formidables: símbolos de esta era y entorno los que él anuncia por medio de agresivos brochazos. Incluso su uso del color subraya su mensaje, un mensaje que refuerza la fiereza de lo contemporáneo. La obra es una versión visual de la música de esta era, el sonido y las canciones que han reverberado en sus oídos desde que era niño.

Felipe sale impetuosamente como un caballero andante que busca expresar su esencia en la pintura. Él representa la esencia de todos aquellos jóvenes que en el viaje hacia la madurez van expresando su insatisfacción con el “sistema”, y donde en realidad no hay una forma práctica de expresarlo. Él, como un beneficiario heredero del “sistema”, se lo conoce al revés y al derecho. Él ha decidido ser su crítico: vive fuera de su sacrosanto perímetro, sabe cómo bailar al son de la música cuando es necesario, reconoce sus atractivos y conveniencia, pero elije salirse de ese ambiente por medio de su pintura.

En su calidad de pintor, tiene sus deudas, como todos los artistas. Pocos pintores chilenos pueden escapar de la visión cósmica de Roberto Matta, cuyas criaturas de otros mundos, trasfondos fluidos, y juego de ping-pong entre el pasado y el futuro dejan un turbulento presente para que el observador lo resuelva por si mismo. Bunster no busca emular la metafísica de Matta. Sin embargo, sus visiones tienen reminiscencias de los sabores favoritos del maestro. Y hay que reconocerle que apunta a la excelencia dentro de una tradición nacional que nos da más monotonía que variedad.

Su paleta es fuerte y estridente, impactante para un ojo acostumbrado a los clásicos como Matisse o Monet. La obra muerde como cierto arte tipo afiche, diseñado para maximizar el impacto vía shock. Los elementos del diseño gráfico irrumpen y saltan fuera de sus obras. Sin embargo, no hay ningún intento de seducir al amante del arte con suaves caricias de color, ningún interés en ser “decorativo” o amigable. Bunster puede ser juguetón, pero su juego es duro, sin ánimo de complacer o estar a la altura de las delicadezas que gustan al mercado de la elite.

El artista ha creado un arsenal personal de símbolos. La distorsión es una fuente importante de su artillería. El contraste es evidente tanto en su manera de ubicar el color y la yuxtaposición de símbolos. La primera impresión que nos llega es una de un caos constreñido, una negación total de la claridad y de la cohesión. A primera vista, hay un exceso de información, demasiados puntos de interés que compiten por la atención del observador. Cada observador tiene sus antenas dirigidas hacia los canales de su experiencia previa: cada antena dirigida a enfocar en la obra de Bunster cae fuera de esa selección predeterminada de imaginería. Este enfoque confrontacional significa que el observador debe ampliar los márgenes de su experiencia pasada a fin de incorporar el nuevo material ofrecido por el artista. Algunos tienen esa capacidad, otros no. Parte de los que sí pueden, encontrarán una pista, una insinuación de una experiencia previa aceptable en un fragmento de una pintura. Es sobre ese fragmento que el observador debe construir su diálogo con la pintura, estableciendo un terreno común en el cual podrá incorporar la pintura completa al ámbito de su experiencia.

Quizás sea un manchón de color lo que provoca la aprobación de la retina. Quizás una de las imágenes o símbolos despiertan la curiosidad mientras transitan por el túnel que va del ojo a la mente. El observador que tenga una actitud abierta podrá tomar estas fugaces percepciones como señales que confirmen la validez de una futura evaluación. Paso a paso el observador cauto ingresa a un tenue diálogo con la obra, y fruto de esta interacción, ésta se impregnará de un latente magnetismo que puede facilitar la llegada de un observador futuro. En cambio, el observador estará impregnado de una mayor receptividad que le permitirá observar la siguiente pintura a la que se enfrente, con una actitud más generosa.

Las pinturas de Bunster son desafiantes para el ojo e inquietantes para la mente. Son confrontacionales; escalones para comprender los cambios que nos envuelven a cada minuto de nuestras vidas. Proporcionan información, escalones hacia el significado de estos cambios, de qué manera manejarlos, y de qué manera desechar nuestros temores y reconocerlos por lo que realmente son: él nos ofrece “letreros” para navegar por el mundo de hoy en toda su infinita complejidad y discontinuidad. Debiéramos agradecer a Felipe por advertirnos de los peligros y delicias de este mundo tumultuoso en que vivimos.

La verdadera meta de un artista está en su habilidad para empujar a la sociedad hacia delante. Felipe a través de sus advertencias visuales nos alerta sobre este desafío. Su arte es provocativo. Déjese provocar y así su obra habrá cumplido su objetivo. La reacción está en el ojo del observador. La expresión en cualquier forma de arte aspira a expandir nuestra conciencia. Sin embargo, el mensaje de Felipe pidiendo transformación está dirigido a nuestro registro existencial en vez de a nuestro ser espiritual. El suyo es un poderoso llamado para incorporar un espectro más amplio de los colores que pueden enriquecer una vida diaria, así como los símbolos que pueden facilitar nuestra comprensión de ello.

Edward Shaw

Tunquén – August 2016

bottom of page